Las ánforas son recipientes destinados al transporte de distintos productos en la antigüedad. Se trata de un objeto destinado y orientado hacia medios de transporte marinos, pues era el método más ágil de transportar mercancías pesadas. Las ánforas solían transportar productos típicos y de notable valor para el mundo mediterráneo: aceite, vino, distintas salsas como el garum, miel... pero también productos sólidos, como olivas, cereales o pescado. Las ánforas se fabricaban muy cerca del centro de producción o recogida de los productos que transportaban, y resultan un elemento esencial para conocer con qué pueblos y en qué momento se realizaban intercambios de todo tipo.

En Elviña, la mayor parte de las ánforas proceden del sur de la Península Ibérica, si bien también existen recipientes del Norte de África y del área itálica. Contamos con ánforas que se remontan hasta el s. V a.C., y también ejemplares del s. V d.C., representativas de dos formas muy distintas de vivir y consumir. La mayor parte de los materiales importados datan, no obstante, de los s. II-I a.C., momento de apogeo del poblado, y en su mayoría se corresponden con ánforas vinarias. El interés de las poblaciones de la Edad del Hierro por el vino es una constante mencionada por múltiples autores clásicos (Tácito, Diodoro Sículo, Plinio el Viejo...). En el caso del Noroeste, Estrabón, en su Geografía, relató que los habitantes tenían gran escasez de vino, y que cuando lo conseguían, lo gastaban rápidamente en grandes festines. El vino no solo era un elemento clave para las comunidades galaicas por su sabor, sino que se empleaba como mecanismo de control social: aquellos que controlaban y gestionaban los contactos con los navegantes del mediterráneo tenían un mayor control sobre el vino y, por lo tanto, sobre el interés de todos aquellos que pretendían acceder a él. Además, el vino también podría haber sido empleado como aliciente a cambio de determinados servicios o tareas.