Como es lógico, consumir los productos agrícolas y ganaderos respondería, en su mayor parte, a las actividades diarias. No obstante, la celebración de determinadas actividades implicaba, también, una forma de consumir productos completamente distinta y en lugares específicos, que puede rastrearse desde la arqueología y que aporta información muy relevante sobre las sociedades del pasado.

Una de las partes principales del comercio era el consumo de los bienes obtenidos. Habitualmente, el propio acto de intercambiar bienes conllevaba realizar ritos religiosos, grandes banquetes y actividades grupales. De este hecho, contamos con evidencias en la península de A Coruña, donde se encontraron abundantes restos de consumo de bienes, incluyendo vino y productos foráneos en un área en la que no se vivía, sino que se recibían productos y se realizaban actividades de interacción con los navegantes mediterráneos.

El Edificio de los Betilos quizás contó con una funcionalidad semejante, pues la interpretación actual sugiere que se trataba de un espacio culturalmente "mixto" en el que ártabros y foráneos (probablemente gaditanos) realizarían actividades relacionadas con el intercambio. Entre ellas, destaca la realización de actividades religiosas en la estancia que acoge a los betilos, pero también la realización de grandes banquetes en otra de sus estancias, tal y como atestigua un conchero con restos de moluscos, bóvidos, suidos y ánforas vinarias.

Es posible que otros actos festivos y rituales relacionados con el consumo se realizaran en estancias de carácter colectivo o religioso, como la Estructura Oval o el Templo del Ídolo Fálico. Ambas estancias cuentan con un banco corrido, que implicaba la distribución de los participantes de forma ordenada en torno a un espacio colectivo. Según Estrabón, esta distribución era habitual en fiestas y actividades señaladas, y se organizaban según rango, sexo y edad.