La base de la subsistencia
La economía de las sociedades prehistóricas distaba mucho de asemejarse a la nuestra. En el caso de la Edad del Hierro, no existe un verdadero mercado común, no se intercambiaban productos o servicios por un salario ni tampoco existía un sistema de valores fundamentado en la moneda. En este sentido, la mayor parte de los trabajos especializados lo estaban en términos técnicos, no productivos. Es decir, la orfebrería o la metalurgia eran responsabilidad de individuos o colectivos específicos, que conservaban el conocimiento por su valor simbólico y cultural, pero que dependían también de otras tareas y actividades para garantizar su subsistencia. Otras tareas, como la alfarería o el tejido, parecen haber sido, con carácter general, actividades de carácter doméstico, realizado por cada familia para lo autoabastecimiento o el intercambio.
En este sentido, la principal actividad que sustentaba un poblado era la propia agricultura y ganadería, pues los asentamientos debían de tener capacidad para ser autosuficientes. A pesar de que no conocemos en detalle las características del uso de la tierra, es bastante probable que no existiera una estrategia de reparto fundamentado en una propiedad privada, o no bajo los criterios que ahora consideramos. Las familias trabajarían la tierra sobre la que cada comunidad ejerciese soberanía, garantizando su propia subsistencia y, quizás, entregando parte del obtenido al poblado o a una entidad de mayor poder. Todo parece indicar que las terrazas ubicadas en el área sur, sureste y norte formaban ya parte de las primeras ocupaciones del castro, siguiendo en uso hasta prácticamente la actualidad.
El comercio se fundamentaría principalmente a través del intercambio. Hoy en día, se desconoce el alcance del comercio interno, aunque en el caso del externo, sabemos que se trataba de una actividad ritualizada que no solo tenía como fin obtener bienes foráneos, sino que la propia acción de intercambiar era un fin en sí mismo. El intercambio implicaba interactuar con poblaciones foráneas y establecer relaciones con ellas, un aspecto que, en sí, justificaba parte de la interacción desde la perspectiva de las comunidades locales, pues dar e intercambiar bienes y favores sentaba las bases de interacciones futuras.
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